Un cocinero sin estudios y novato puede ganar en Estados Unidos tres veces más dinero que un periodista profesional en Latinoamérica. O, si nos ponemos más contemporáneos, puede ganar tres veces más dinero que un sufrido reportero freelance.
Lo comprobé ayer durante una entrevista de trabajo en un restaurante pequeño pero muy popular de Maine, al que me presenté con la ilusa intención de trabajar. En todo momento la chef recalcó mi falta de experiencia en una cocina profesional. («Ser un gran cocinero en casa no significa que serás bueno acá»). Así que quizá por eso y debido a mi edad seria y a mi aspecto de nerd zanahoria (muchas cocinas están llena de jóvenes que se creen estrellas y terminan muriendo de arrogancia), ella decidió ofrecerme un periodo de prueba de una semana. Todo lo que quiero es aprender.
En esa semana ganaré lo mismo que ganaba en un mes cuando era redactor de noticias locales, en un diario grande de Lima (y tras haber pasado cinco años en la incubadora o escuela de periodismo), y estoy seguro de que es más de lo que gana un pinche del periodismo en cualquier diario modesto de Sudamérica. Lo digo con pena. Es más de lo que gana uno como freelance.
Cuando aplicas la aritmética comparada al periodismo y a sus sueldos, terminas teniendo una idea de por qué la profesión está como está, y por qué tantos periodistas, a partir de los treinta años, dejan el oficio o empiezan a ejercerlo a medias, como un hobby o como una condena («Esto es lo que sé hacer, lamentablemente»). O terminan vendiendo su alma al mundo corporativo para hacer libros de mesa que nadie nunca leerá.
En mi caso, lo bueno es que no solo sé hacer periodismo. Así que en esta nueva temporada en Maine veré cómo me va no haciéndolo para ganarme la vida. Seguiré informando por acá. [Julio 2015]
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