Una mañana no tan lejana saldremos de casa, pasaremos enfrente de un puesto de diarios y allí ‒en medio de padres que violan a sus hijas, congresistas que regentan prostíbulos y ovnis que vacacionan en la Tierra‒ nos sonreirá un periódico con las páginas en blanco. La mejor noticia será que no traerá noticias. Su portada inmaculada será una ventana de luz en medio de una pared colorinche, un salvavidas flotando en un derrame tóxico de tinta. Al ver ese tabloide limpio brillando en la calle ruidosa, los apurados transeúntes entrarán en contacto con una fuerza inusual: la extraña poesía del papel virgen. Esta energía existe y es similar a la que se siente al pasar de un extremo de la realidad a otro: de diez horas de bulla a un minuto de silencio; de las cloacas de la ciudad a una gota de perfume; de decenas de periódicos gritando cosas de mal gusto a una hoja en blanco calladita.
La única parte graciosa de la historia es que el proyecto va en serio. El periódico en blanco se publicará y, con las estrategias de márketing adecuadas, será un éxito de ventas. Es decir, las personas que pasaremos frente al kiosko esa mañana seremos poseídas por la inocente sonrisa de ese tabloide y, acto seguido, lo compraremos para no informarnos.
El proyecto nació esta semana como una provocación que echamos a andar en las redes sociales. En cuestión de minutos ‒un amigo y yo somos los padres de la criatura‒ empezamos a recibir mensajes de interés y apoyo.
Paco Moreno: En blanco. Negocio redondo; pero, cuidado, no totalmente en blanco. Hay que poner el precio.
Daniel Jiménez: Yo me animo a vender los clasificados, en blanco.
Antonio Escalante: La cámara puede capturar el blanco más puro
Silvia Arévalo: Yo quiero escribir para ese periódico!! 😉
Víctor Rafael Aguilar: Por fin podré leer lo que me dé la gana!
Enrique Sánchez Hernani: Hay que avisarle al poeta español Félix Grande, que escribió un libro premonitorio llamado ‘Blanco White’.
Moisés Ávila: Puedo apoyar desde aquí. Vivo en la nación que es “blanco” de la artillería peruana (aunque ese es otro blanco, pero te lo puedo contar divertidísmo, en una hoja en blanco).
Elizabeth Salazar: Bien! A darle real utilidad al papel. Ya me cansé del amarillo.
Juan Yangali: Hola. Soy corrector de textos. Es importante cuidar, más que el correcto uso idiomático, la buena presentación de los escritos invisibles.
Luis Morocho: Un periódico en blanco es un espacio perfecto para empezar a dibujar.
Hay tantos lectores insatisfechos refugiados en internet, tantos escritores y artistas navegando en Facebook en busca de una islita donde publicar, hay tanta gente que ya no compra periódicos porque les resulta ilógico salir de la web para emprender un viaje al pasado. No es que los medios impresos sean el pasado. Al contrario, el papel tiene tanto futuro como las pantallas. El pasado es ese tipo de periodismo escrito que quiere tomarte el pelo de diversas maneras: 1) te cuenta historias que ya conociste un día antes por la tele o la radio o la web; 2) pretenden explicarte lo complejo del mundo en cuadraditos de cien palabras; 3) los textos están escritos con tan poca imaginación que logran aburrirte desde la primera frase, como si en vez de redactores los hubieran tecleado boxeadores en penitencia.
Pensemos un momento: ¿Qué hace un televidente ante un programa que no le gusta? Zapping. El lector es aun más drástico. Bosteza y esconde su billetera. Nadie quiere pagar por algo que no justifica su dinero, así hablemos de cincuenta céntimos. El mercado ofrece golosinas muy buenas por ese precio.
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Entonces un periódico en blanco. Página tras página sin noticias. Verlo, leerlo y tocarlo será una oportunidad de reencontrarnos ‒autores y lectores‒ con ese punto cero donde todo puede comenzar de nuevo. Sólo hay que dejar volar la imaginación. ¿Qué podrías contar en 32 ó 48 ó 96 páginas en blanco? ¿Qué te gustaría leer en ese espacio virgen? ¿Cómo son las fotos que te gustaría contemplar allí?
Hice una prueba con mi sobrino de once años. Le entregué un boceto del periódico en blanco y luego un diario con la obligatoria noticia de Rosario Ponce en la portada. Le dije que los usara como mejor le pareciera, pero le prohibí incluir en sus actividades el tacho de basura. A la semana siguiente, el primero estaba lleno de dibujos, chistes y calcomanías de grupos de rock. El segundo yacía doblado en el fondo de su armario. Ni siquiera lo había abierto. Como no podía botarlo ‒me dijo‒ lo escondió para que no le estorbara. Ambos productos eran papel. Pero uno de ellos se había convertido en basura.
Hay periódicos que valen menos cuando están impresos. Si vinieran en blanco podrían ser usados como mi sobrino utilizó esas páginas. Incluso podrían aspirar con justicia a costar un poco más.
La crisis del periodismo impreso no es la crisis del papel. Es la crisis de los periodistas, por un lado, y también de las empresas del siglo XX (y aún antes) que no pueden sostener la enorme infraestructura que construyeron. Ante ese dilema económico, muchos medios apostaron por reducir los costos de producción de contenidos: periodistas baratos, historias que se consiguen haciendo entrevistas por teléfono, textos hechos con insumos online y, de vez en cuando, un safari a la realidad disfrazado de gran «exclusiva». Pero esto que puede ser ideal para un portal gratuito de internet, resulta fuera de lugar cuando se imprime. El periodismo barato le hace mala publicidad al papel. La gente dice con justicia: ¿para qué voy a comprar información que puedo encontrar antes y gratis en internet? Los románticos dirán: es que el papel huele, tiene textura y nada se compara con tenerlo entre las manos. En efecto es así, pero cuando el contenido es malo, nada de lo otro importa.
Lo curioso es que cuando este problema universal ha llegado a un punto dramático también comienzan a florecer las soluciones. En eso consisten las crisis. Primero todo parece un laberinto sin salida. Luego, ya no. Así que mientras los grandes medios impresos se ahogan en las megaciudades, las respuestas nacen muy cerca del desastre. Cientos de pequeñas empresas y editoriales independientes aparecen en todo el mundo ‒como si la crisis hubiera dado paso a un big bang creativo‒ y ponen en duda lo que se repitió con tanto pesimismo durante la década pasada: ¿La gente no lee?
‒Pamplinas. Cojudeces. Bullshit.
La revolución es invisible aún porque trae consigo un nuevo modelo de empresa: una que renuncia de manera racional a parte de la infraestructura (menos edificios, menos oficinas, menos alfombras) para apostar por lo que realmente es útil para los lectores: mejores contenidos, mejores textos, mejores fotografías, mejores profesionales, mejores artistas, mejores honorarios. No importa si un periódico o revista lo hacen tres editores en un café público junto a veinte colaboradores conectados a internet desde veinte lugares diferentes de la ciudad, del país o del planeta. Lo único que vale es el resultado. Lo que diga el lector de ese trabajo.
El periodismo impreso consiste en añadirle valor al papel a través del contenido. No en quitárselo.
Los escritores, periodistas, artistas, emprendedores, publicistas y todos los que comparten esta filosofía son bienvenidos a colaborar en el primer periódico sin contenido del mundo. La tripulación recibe todo tipo de propuestas en el siguiente correo: contacto@cometacomunicacion.com. También en mi Facebook. Y recuerden lo más importante: no es una broma. El Periódico en Blanco es un proyecto que quiere ubicarse en la fase final de la crisis. En el momento exacto en que ‒motivados por las páginas sin imprimir‒ los editores empecemos a entender que el futuro de nuestro oficio consiste en hacerlo todo de nuevo pero mejor. [14-11-2011]