Durante décadas los periodistas hemos recorrido las Limas «nuevas», populares, esas que crecieron del otro lado del río, del otro lado de la Panamericana, para ofrecer testimonios de su crecimiento y sus problemas. La paradoja consistía en que la mirada que presentábamos era muchas veces una mirada distante, con una media sonrisa, una especie de «mira que folclóricos», mira que cholos, qué marginales, qué invasores, qué heterogéneos, qué salvajes; y esto a pesar de que muchos reporteros (como ocho de cada diez Limeños) vivíamos o habíamos vivido allí, en esos barrios y cerros. Nuestra mirada no era nuestra. Era la mirada del medio. La mirada construida para ese lector imaginario que veía o leía las noticias tomando café, en su casa o departamento de catálogo, en la Lima del lado correcto del río, del lado «bonito» de la Panamericana.
El fotógrafo Fidel Carrillo, soldado de muchas redacciones, ha inaugurado una muestra de sus hallazgos tras recorrer durante más de dos décadas las Limas «nuevas». La muestra se llama «Lima, una mirada», pero lo curioso es que esa mirada suya, particular, es en realidad la mirada de millones de limeños que viven con normalidad y distintas formas de alegría en el lado «no aspiracional» de la ciudad. Fidel, limeño hijo de migrantes (como la enorme mayoría), ha crecido en Comas; pero este dato no es solo un dato. Es un punto de partida muy presente en sus imágenes, pues lo que muchos entenderán como «respeto» es en realidad una naturalidad. La naturalidad de quien habla de su barrio, su gente, su ciudad.
La Lima del malecón de Miraflores y los restaurantes de chefs famosos monopoliza hasta el aburrimiento la imagen de una ciudad inmensa, múltiple, diversa, como si la única cara presentable de Lima tuviera que estar necesariamente atravesada por el «lujo», y no por las muchísimas formas de belleza popular que florecen desde la Carretera Central hasta las arenas de Villa El Salvador. Pensemos en esto un momento, en lo absurdo de esa reducción.
Fidel Carrillo viene a echarnos un balde de agua fría y nos invita a abrir los ojos a una ciudad cargada de futuro. Sus fotos son baterías de color hechas para sonreír pensando o pensar sonriendo, no sobre «aquellos limeños», sino sobre nosotros. Nosotros, a quienes aún intentan llamarnos «nuevos limeños» o migrantes (de primera, segunda, tercera cuarta generaciones) para reducirnos a objeto de estudio o para convertirnos en forasteros en nuestra propia ciudad. No. Somos limeños. De eso trata la muestra de Fidel.
La muestra también es una oportunidad para ver en diminuto cómo esta Lima, profetizada por Arguedas, vista desde el balcón por Chabuca Granda, se refleja en la música y en la literatura reciente. Desde los Mojarras, pasando por José Carlos Agüero hasta llegar a una jovencísima Yovana Mescua Arestegui, que en la misma corriente de Rosa Chávez Yacila escribe:
«Papá dice que para progresar hay que salir del cerro: hay que bajar a la pista, al centro. “Ahí donde está el corazón de la humanidad”. Son sus ideas y las respeto, mas no las comparto. Ser de ‘cono’, de la periferia, como algunos nos llaman, es hermoso»
[1-9-2019]
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