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Marco Avilés

Ministros

El 1 de junio de 2006, el periodista Ramiro Escobar la Cruz se preparaba para entrevistar al entonces congresista peruano Ántero Flores Aráoz, cuando se produjo este diálogo:

-¿Y usted cree, congresista, que debe aprobarse ese referéndum?

-Nooooo, para qué. ¿Le vas a ir a preguntar a las llamas y vicuñas sobre el TLC?

-¿Cómo dijo, congresista? ¿A quién se refiere con las llamas y vicuñas?

-¿A quién? A la gente, pues.

-Oiga, eso es insultante. Me está ofendiendo a mí y a numerosos compatriotas. Eso es ofensivo.

-Es mi opinión, pues, y por último no la estoy diciendo públicamente.

Comparar a las personas indígenas con camélidos es un recurso acuñado en el siglo XIX, como explica la historiadora Cecilia Méndez en su ensayo «De indio a serrano: nociones de raza y geografía en el Perú (siglos XVIII-XXI)». El poeta Felipe Pardo y Aliaga (a quien leemos en la escuela sin mayor contexto) llamaba «huanaco» al presidente boliviano Andrés Santa Cruz, por ejemplo. La onda expansiva de este insulto ha llegado hasta el presente siglo. A inicios del 2001, el ciudadano César Flores, padre de la candidata presidencial por el PPC Lourdes Flores, llamó «auquénido de Harvard» al adversario político de su hija, Alejandro Toledo, y lo hizo en televisión nacional. Cinco años después, Flores Aráoz, formado en el mismo partido que Flores Nano, amplificó la escala de aquel insulto con esta lógica: Persona indígena = llama o vicuña = ¿para qué consultarles sobre medidas que les van a afectar?

La carrera de este político no terminó en ese momento. Unos años más tarde, el gobierno de Alan García (quien llamaba «perros del hortelano» a las comunidades indígenas) lo incluyó como Ministro de Defensa en el dream team que, en junio de 2009, convirtió la protesta del pueblo awajún en un desastre humanitario con decenas de muertos y heridos. Un político que consideraba innecesario dialogar con las personas indígenas era el peor interlocutor durante una crisis en que el pueblo indígena awajún exigía que el estado dialogara con ellos. La carrera de Flores Aráoz tampoco acabó durante el denominado «Baguazo». Postuló inútilmente a la presidencia en 2016, y tras haber perdido con menos del 1% de votos, había quienes dos años más tarde insistían en vocearlo como posible Presidente del Consejo de Ministros del gobierno de Martín Vizcarra.

El periodista Fernando Vivas le recordó aquel «vicuña moment» en una entrevista de 2015 que podía leerse como una invitación a la autocrítica:

-Me tergiversaron. Hablaban de referéndum, pero la Constitución lo prohíbe, entonces dije, quieren consultar ‘a las llamas, a las piedras.-Se te pasó que podía interpretarse como algo racista.-No fue un dicho racista, fue un descuido.

Un descuido del tamaño de los Andes. Flores Aráoz, preclaro racista, lleva toda una vida haciendo política al más alto nivel, y proviene de un frente político abiertamente racista como el PPC. En los debates de la Constitución de 1978, este partido se opuso a que las personas que no sabían leer y escribir pudieran votar, la mayoría de ellas indígenas y afroperuanas. Con más de cien años, el fundador de ese partido y vocero de aquella política discriminatoria, Luis Bedoya Reyes, aún desconoce el retiro. En julio de 2020, el ahora ex Primer Ministro Pedro Cateriano lo visitó en busca de consejo y publicó una foto de ese encuentro en medio de una crisis sanitaria que se ensaña cruelmente con los pueblos indígenas, aquellos peruanos a quienes el partido de Bedoya y muchos de sus hijos ilustres no han visto como a iguales. Cateriano no se reunió con ninguna sabia o sabio indígena. Uno se pregunta por qué las comunidades indígenas, en el Perú, son tratadas como son tratadas. Una respuesta podría ser: porque gente como Flores Aráoz y la política que encarna suelen estar en el poder.


Flores Aráoz es o solía ser carismático, una moneda que los medios de comunicación canejan por exposición mediática. Muchos periodistas lo llaman Gato Gordo, con contraproducente picardía reporteril, y lo normalizan, como en el Perú se suele normalizar el racismo. La violencia racista se acepta como broma, otras como signo de incorrección política o de carácter. Cuanto más viejos se ponen estos políticos ultraconservadores, más tribunos se creen. Cualquier día de estos volverán a vocear a Flores Aráoz para ministro y hasta querrán condecorarlo. Y muchos desmemoriados, solo por verlo mayor y recordar su nombre, creeremos que es justo.

—-

Ps1: El libro Racismo y etnicidad incluye otro ensayo vital de Cecilia Méndez, «Incas sí, indios no: apuntes para el estudio del nacionalismo criollo». Se encuentra completo en el repositorio del Ministerio de Cultura.

Ps2: La reconstrucción del diálogo es del mismo periodista Ramiro Escobar.

[3-9-2018]

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