El poeta Bikut Sanchium pasó dos días revisando las portadas de los diarios peruanos porque quería ver qué iban a decir sobre la muerte del maestro Santiago Manuin, figura clave en la lucha por los derechos humanos en América Latina, e ícono de la comunidad awajún. ¿Habrían fotos? ¿Titulares? ¿Señales de luto nacional?
Manuin había muerto el miércoles 1 de julio tras una odisea en busca de oxígeno, en un trayecto hacia la costa que parecía resaltar una vez más el abandono al que el Estado condena a millones de peruanos indígenas. En Lima, ningún paciente de Covid-19 tiene que vivir la experiencia de tener que trasladarse 500 kilómetros para obtener un balón de oxígeno y salvarse del virus. Un virus que otros con más privilegios se apresuraron en llamar ”democrático”. El traslado, el desarraigo, el desplazamiento inhumano para obtener lo mismo que otros damos por descontado es, en el Perú, una experiencia particular de las comunidades racializadas como indígenas. Manuin no murió una muerte democrática, mestiza. Manuin murió una muerte indígena.
El viernes 3 de julio, Bikut me envió este mensaje: “Hoy salí a ver si algún diario había escrito o publicado algo sobre él, pero nada”. Era el segundo día de ese raro silencio que las portadas de los diarios nacionales echaban sobre la muerte de Manuin. En las redes y en la internet se hablaba de él, sí, pero acaso por la dimensión de su lucha era lógico suponer que su muerte iba a merecer el mismo espacio que alguna vez mereció el pintor Fernando de Szyszlo y que merecen con facilidad otras figuras de Lima, o de la costa.
Ha pasado más de una semana después de la muerte de Santiago Manuin, y el New York Times, en Estados Unidos, ha publicado un obituario. Está en inglés. Allí su hijo Santiago Jesús dice:
“Mi padre siempre dijo que el Baguazo fue el momento en que el Perú se volvió intercultural, cuando las personas indígenas comenzaron a ser vistas”. Y continúa: “Nos enseñó que somos parte de la Humanidad y parte del Perú, y que merecemos los mismos derechos y que tenemos la misma necesidad de vivir en paz con otros”.
Quizá este obituario publicado en el extranjero sea una herramienta para que, en el Perú, podamos ver la dimensión de Santiago Manuin. Acaso esa nota contenga algo parecido a la justicia.
Mi amigo Bikut Sanchium, joven poeta awajún que solía pensar en Manuin como en un tío o un padre, me decía en aquel mensaje que él no podía escribir nada aún sobre esa pérdida. “Sigo golpeado por todo lo que pasa en mi pueblo“, me explicaba. Mientras la economía en Lima se comienza a abrir, en las localidades awajún el virus aprovecha la ausencia de estado. El racismo estructural se evidencia en cifras inmorales, como las que muestra el antropólogo Rodrigo Lazo. En el Perú, a inicios de junio, había una prueba de Covid por cada 50 personas en promedio. En el pueblo awajún, había una prueba por cada 500 personas. ¿Vale un awajún la décima parte de un ciudadano promedio? ”Sigo herido, con dolor, y lloro su partida”, añadía Bikut sobre su maestro. “Escribiré algo sobre él cuando mi espíritu esté con calma”. Y me preguntaba si acaso yo podía decir algo.
Ojalá uno pudiera decir algo mínimamente coherente y claro sobre la vida y la muerte en el Perú, y cuánto necesitamos trabajar todos para vivir vidas justas y para morir muertes dignas. Para que ese todos empiece a tener algún sentido cuando hablamos de este país.
A Santiago Manuin no lo doblegó el Covid sino el centralismo y la desigualdad. [10-7-2020]