Carlos Macusaya es un pensador inclasificable en un mundo que todo lo clasifica. El lector peruano que se interne en este libro querrá atraparlo con las palabras que nos son comunes a los peruanos. ¿Es un indígena? ¿Es un indio? ¿Es un cholo? Y, por supuesto, cualquiera de estas armas resultará inútil. A Macusaya hay que leerlo con los sentidos muy abiertos y con la expectativa que uno puede deparar a experiencias llamadas a remover lo que sabes y lo que eres. Terapia, psicoanálisis, ayahuasca. Hay quienes sentirán que no son los mismos después de conocerlo. Uno puede entrar a este libro siendo un cholo paria de la ciudad y salir de él como un indio en busca de su destino.
Los países, las fronteras y las identidades son ficciones bastante reales. Inventamos guerras por ellas, como si pelear con otros fuera un camino para entendernos: ¿Quiénes somos? ¿Qué somos? ¿Quién es el otro? ¿Soy el otro? ¿Soy el otro otro? Este libro se llama Batallas por la identidad y es la epopeya del Estado Plurinacional de Bolivia, cualquiera sea el significado de esa soberana y admirable ficción cuyos íconos mediáticos, a la distancia, son tanto Evo Morales como la cholita paceña, el teleférico de La Paz como el cholet. Ese país, Bolivia, que a ratos parece un sueño futurista y a ratos solo una proyección de ese mundo colonial del cual no hay manera de independizarse aún y cuyo lenguaje seguimos usando para llamarnos Mestizos, Cholos, Indígenas, Blancos. Estas categorías son un paisaje común a ambos lados del Titicaca; aún más, con diferentes denominaciones, son el terreno de las batallas identitarias de gran parte de América Latina.
Carlos Macusaya narra en tiempo real las incidencias del debate identitario de su país y lo hace con el genio de los cronistas que logran describir problemas universales sin salir de casa. Macusaya es un ensayista frontal y su lenguaje directo y transparente parece ser el reflejo de una manera de pensar que detesta los rodeos, los palabreos, la edulcoración. Su estilo es una ética y una economía. Unas ganas urgentes de no perder el tiempo y de decir lo que tiene que decir. Su prosa tiene tanta belleza como energía, y un tono amigable e intenso. Leerlo es escucharlo. Es asombroso que alguien logre moverse con esa maestría en un terreno lleno de piedras y caminos sin salidas como es la identidad. Pero Macusaya es un maestro y no hay que tener reparos en ponerlo a la altura de las grandes voces que admiramos y con quienes discutimos, cada quien en nuestros altares personales.
¿Qué es ser mestizo? ¿Todos somos mestizos? Para autores como Vargas Llosa, ese espejismo resulta una condición y hasta un indicador del desarrollo, el mundo al que nos dirigimos los latinoamericanos para vivir en paz unos con otros. El mito del mestizaje, por supuesto, es como el horizonte dibujado en una pared. Una broma de mal gusto que muchos dan por cierta, aunque todas las alertas nos prevengan de lo contrario. Indio con blanco sigue siendo indio. Esta fórmula, que para algunos será un fatalismo, para otros será una herramienta de reivindicación.
El indio carga con el estereotipo de ser un ente congelado en el tiempo; sin embargo, la aristocracia, un sector teóricamente liberado del pasado gracias a la educación y al dinero, arrastra un sentido de casta que parece dialogar con las fantasías de Game of Thrones, allí donde la pureza máxima parece ser el incesto. “¿Cuándo y dónde un Ballivián se ha casado con una Juana Apaza”, dice Fausto Reinaga citado por Macusaya, “o un Mamani con una Paz Estenssoro?”. En el Perú, solo tendríamos que cambiar los apellidos. ¿Cuándo y dónde una Brescia se ha casado con un Chuquihuaccha? ¿Un Berckemeyer con una Condori? Las clases altas blancoides, a pesar de su endogamia, casi nunca son descritas como primitivas. La antropología, esa narrativa del “otro”, nos debe mucha literatura al respecto.
El mundo donde nacen estas preguntas ya no es el del milenio pasado sino el actual, el de los drones y la exploración de Marte, aunque esto no signifique mucho. Las reglas de juego de nuestras sociedades son abiertamente coloniales en la misma medida en que lo son sus diversos actores y mentalidades. La mala noticia es que las independencias y las repúblicas no desmontaron esos sistemas de vida y pensamiento sino que muchas veces les echaron abono (incas sí, indios no, como diría Cecilia Méndez Gastelumendi). Hoy es perfectamente posible que la identidad indígena sea materia de terroríficas discusiones legales por parte de autoridades blanco-mestizas que jamás formularían las siguientes preguntas para sí mismos: Si un indígena va a la universidad, ¿deja de ser indígena? ¿Deben los indígenas probar que son indígenas mediante pruebas de ADN? ¿Puede un indígena que vende caramelos usar el baño de un restaurante de cinco tenedores? ¿Por qué los indígenas suelen ser tratados como extraterrestres? ¿Debe seguir usándose la palabra indígena?
Estas cuestiones surgen, sí, en una sociedad racista donde quién eres y qué eres (en tanto sujeto racializado) determina cómo te tratan y cuál será tu destino. Pero la denuncia no basta, dice Macusaya. “El racismo no solo debe ser denunciado, debe ser analizado, estudiado, pues para enfrentarlo se necesita comprenderlo”. El principio es hondo y lógico. ¿Cómo podemos solucionar algo que no terminamos de entender? E interpela a nuestros estados republicanos, llenos de personas de buena y mala fe (da lo mismo) que gobiernan realidades que no quieren comprender.
Esta edición de Batallas por la identidad aparece en el Perú en un momento propicio, pues, de cara al próximo Bicentenario, las autoridades y ciudadanos nos encontramos en una posición reflexiva inédita. Junto a los discursos solucionistas (vamos a resolver esto) y superficialmente optimistas (dejemos atrás el pasado), que son maneras de rehuir del dolor de cabeza de la historia, también hay espacios para la incomodidad de pensar y pensarnos. La incomodidad de mirar y mirarnos. La incomodidad de reconocernos diferentes y de asociar esas diferencias a deudas, privilegios, narrativas y distribución del poder.
Bienvenidos al mundo de Carlos Macusaya.
Marco Avilés
Bellavista, febrero de 2019
Pd: El libro fue editado por la organización Hwan Yunpa, que hace un trabajo increíble por promover el uso del quechua y la conversación sobre racismo e identidad. La edición digital del libro es gratis y se puede conseguir aquí.
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