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Marco Avilés

Departamentos

La ciudad crece pero cada día que pasa vivimos en casitas más pequeñas. El boom inmobiliario edifica sobre todo paradojas.

La ciudad es más grande, los edificios más altos, pero en los diminutos baños de los departamentos nuevos es preciso aprender a moverse de lado, como los cangrejos. Y así avanzas, del water al lavadero, del lavadero a la ducha, dando pasitos al costado, cuidando de no patear involuntariamente la papelera. No hay espacio para leer una revista ni mucho menos para el sexo a menos que hayas llevado cursos de contorsionismo.

Desde las calles, vemos sorprendidos el estirón que ha pegado la ciudad como quien se entusiasma ante el repentino crecimiento de un adolescente. Nos sentimos ultra modernos. Caminamos entre los rascacielos que vendrán. Los niños imaginan superhéroes trepando sobre los ventanales. Deseamos ya mismo divisar las avenidas desde el piso 107, suicidarnos con estilo desde las alturas, lanzarnos en paracaídas.

Luego, alguien te invita a la fiesta de estreno de su flamante departamento, y entonces descubres que la realidad todavía es modesta: en la salita apenas caben siete personas y reina un ambiente de claustrofobia. Vas al baño, y eres un cangrejo, siempre de lado. Vas a la cocinita, y ya está abarrotada por un único tipo que prepara los bocaditos. El dueño de casa te da el encuentro para hacerte el obligatorio tour por Liliput. Por las ventanas sonríe la ciudad de noche.

-La sala-comedor-estudio donde los invitados, que ahora son nueve, se disputan nalga a nalga los sofás.

-Habitación matrimonial ultra aprovechada, con cama y closet y espacio suficiente para un televisor LCD de 51 pulgadas y una primorosa ventanita donde no cabe una maceta pero que ofrece una impresionante vista del edificio de enfrente.

-Habitación para el hijo que vendrá y que por el momento es utilizada como sala de planchado.

-Cocina-lavandería donde normalmente cuelgan calcetines que ahora están ocultos en alguna habitación.

-Habitación 3 donde podría ir una cama extra pequeña, aunque primero habría que resolver el problema de la puerta que se abre para dentro, y que vuelve imposible colocar nada en el interior.

Todo muy bonito.

Ahora la fiesta está tan animada que rebalsa hacia el pasillo fuera del departamento, donde normalmente se espera al ascensor; y, claro, también hay grupos animados fumando en la escalera de emergencia.

Un vecino enfadado discute con el anfitrión. El anfitrión intenta calmarlo. El vecino se retira molesto. El anfitrión toca la puerta de otro vecino. Le pregunta algo. El vecino es amable. Sí, eventualmente, si viene la policía, el vecino puede esconder a los invitados que ocupan el área común.

La fiesta continúa. La policía nunca viene, pero sí más invitados, y ahora estos ocupan el pasillo de la planta superior, donde hay grupos bebiendo y bromeando amigablemente. La fila para entrar al baño se confunde con la de asistentes.

El departamento es una ganga, me cuenta el anfitrión. Tiene 49 metros cuadrados. Lo pagará en cómodas cuotas con la mitad de su sueldo durante los próximos 20 años. “Deberías comprarte uno”.

Paso la siguiente hora haciendo la fila para entrar al baño mientras pienso en esa frase. De regreso a casa, los avisos brillan sobre los edificios de la Vía Expresa. Hay uno especialmente gracioso. “¿Vida de inquilino? ¿Vida en casa del suegro?”. En la fotografía, papá, mamá, hijo, hija, pasan un ameno rato delante de un bosque que, según el cartel, ha de tener alguna relación con el lugar que trata de vender. ¿Será un cuadro colgado en la pared del departamento? “Múdate de vida”, grita el mensaje y a continuación añade un número telefónico.

¿Qué esperas? No hay muchas alternativas.


MORALEJA

El cocinero Anthony Bourdain recomienda un ejercicio sencillo a la hora de aventurarse a comer en un restaurante que conoces por primera vez.

Entra al baño. Si está limpio, entonces se trata de un buen local.

El baño es relativamente fácil de limpiar a diferencia de la cocina, tan llena de artefactos y chucherías. Cuando los empleados no tienen tiempo para asear los sanitarios, es porque en el restaurante reina el descuido. De seguro las ollas sucias se amontonan sobre el piso lleno de desperdicios. Y no querrás comer allí.

Si vas a comprar un departamento, pídele al agente inmobiliario que te permita hacer una prueba elemental. Trata de pasar una o dos horas en el baño haciendo lo que más te gusta: leyendo o teniendo sexo, por ejemplo. Si te golpeas demasiado o no soportas la sensación de claustrofobia o te sientes un poco cucaracha, imagina 20 ó 30 años de lo mismo y sal huyendo de ahí. Ya mismo.

Es fácil enamorarse de un tugurio si sólo te permiten ver la sala o la vista al parque. El baño, ese cuarto del placer que exige comodidad, es el consejero más sabio. [2-5-2012]

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