1.
Una mujer conversa con una amiga cuando de pronto un espiritista interrumpe la charla y empieza a explicarle su futuro. La mujer se llama Raysa y es una mulata grande y está un poco cansada de su esposo. Están en Cuba. Sobreviven. Pasan hambre y, adicionalmente, ella está segura de que su marido es maricón. El espiritista le toma de la mano y le dice que aquel mulato haragán y homosexual con el que vive no es el hombre que le reserva el destino. El hombre para el que ella está hecha es “uno blanco y canoso con los mis gustos que tú”, le explica. “Es romántico, cariñoso y le gusta tomar ron con vino”. Aquel hombre, además, ya sabe que la mujer que le guarda el destino es Raysa, sigue diciendo el espiritista. El hombre blanco y canoso supo de este futuro de boca de una bruja. La espiritista le describió a Raysa, la mulata. A partir de entonces, cada vez que el hombre sale con una negra piensa que se trata de ella. Pero luego del sexo se da cuenta de que no es así. “Ustedes se van a encontrar si se buscan”, añade el espiritista. Raysa termina de escucharlo y siente un poco de miedo. Cada vez que piensa en ese hombre que la busca se le eriza la piel. Luego se dice que quizá no sea tan buena idea andar quejándose de su marido. Ya no está para andar de soltera por el mundo.
2.
Mientras viaja en un barco rumbo al Pacífico sur, un escritor nota que una anciana fea y de mal carácter grita todo el tiempo sin que nadie le diga nada. La mujer tiene aires de duquesa caprichosa y gobierna ese buque con tiranía. El escritor conversa con el comandante y se entera de que la señora es una viuda cuyo marido era dueño de unos talleres de reparación y almacenes de combustible. Un día, la empresa propietaria de los buques le compra esos inmuebles. La mujer sólo impone una condición en el contrato: que le reserven pasajes en primera clase, en todos los buques de la compañía, por el resto de su vida. Y así, en adelante, la vieja se mudó a altamar, y casi nunca bajaba a tierra, a menos que quisiera cambiar de nave o de ruta. Ese derecho y la solitaria vejez la convirtieron con el tiempo en un pequeño monstruo dictatorial. Se quejaba a gritos del servicio. Avergonzaba a los tripulantes delante de otros pasajeros. Y, aprovechando la repulsión que generaba, contrabandeaba productos en sus primorosas maletitas. El escritor tomó nota de este personaje en sus libretas y, al reflexionar sobre la mujer, resaltó un dato. La vieja era una inglesa prepotente en un mundo dominado por el imperio británico. Mientras este reino colonizaba islas y países por todo el mundo, la anciana había clavado su bandera en aquel buque con los mismos modales imperiales.
3.
No habría llegado a estas historias de no ser por un amigo que vende libros a domicilio. Si estás en su agenda de clientes, él te llamará por teléfono una mañana y te hará preguntas con la delicada curiosidad de un médico de confianza: qué estás haciendo por esos días, qué clase de música estás escuchando, si estás triste o contento, si estás enamorado o concentrado en otra cosa, y así por el estilo. Después, acordará contigo una fecha y una hora para pasar por tu casa. Cuando el momento llegue, él se pondrá cómodo, compartirá un porro (si fumas porros) o un té de rosas si eres una señorita de tu casa y, entonces, sacará de su mochila algunos libros que ha elegido para ti con sabiduría de herbolario. Aquella serie de preguntas telefónicas le sirvieron para elaborar su diagnóstico sobre lo que necesitas leer en ese momento de tu particular existencia. Te entregará los libros. Si no te nota muy convencido, te leerá unos fragmentos para que empieces a confiar. Luego tendrás que pagarle y darle las gracias.
Los párrafos anteriores son una síntesis de la receta que me dejó hace algunos días. La primera historia aparece en el libro “Trilogía sucia de La Habana”, las memorias del escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez. La segunda historia está en los apuntes de viajes del escritor francés Marcel Monnier, “De los Andes hasta Pará”. Como cada vez que este librero me provee de cosas para leer, esta vez también ha acertado y devoro esos libros incluso cuando voy caminando por la calle.
No conviene preguntarle jamás a este librero por qué te ha recetado esos libros en particular y no otros. O qué es lo que ha notado en ti para llegar a esa receta, o si cree que estás bien o mal, o si te ve feliz o infeliz. O cuáles son sus conclusiones sobre las cosas que tú le has dicho. Te dirá que él sólo vende libros. Para saber esas cosas, añadirá, existen otro tipo de profesionales, las prostitutas comprensivas y los amigos de toda la vida.
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Quienes deseen los contactos del dealer, pueden dejar sus datos en este blog. Tarde o temprano, él llamará.
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