Leer el timeline de Facebook y Twitter como quien hurga en un vertedero emocional: tienes que escarbar y escarbar para hallar algo de interés, algo que likear, algo que compartir, algo que leer. El ejercicio de recolectar sentido en este pozo tiene un costo muy alto: por cada gramo de cositas importantes tienes que procesar toneladas de cosas que no lo son.
No es terrible. Es lo que es. Como el mar ahora. Un amontonadero donde unos arrojamos y otros recogemos y otros hacemos las dos cosas a la vez.
Lo raro es el olor que deja esta actividad. Uno termina oliendo a algo muy de este tiempo. El olor de las inmensas toneladas de información y desinformación y propaganda y publicidad a las que nos sometemos en fragmentos de tiempo cada vez más reducidos.
Los miles de millones de usuarios de redes sociales olemos a los mismos datos, a las mismas noticias, a las mismas campañas, a los mismos hashtags, a las mismas olas electromagnéticas que se levantan y agitan en este lindo vertedero planetario. El olor está en nuestras mentes, en nuestras miradas, en nuestras palabras, en las cosas que decimos, en las que callamos, en las que hacemos y no hacemos.
A veces uno se pregunta: ¿Cuál es el olor de mis propias emociones? ¿Cuál sería el olor de mis pensamientos si pasara menos tiempo en este océano? ¿Cuál si pasara más tiempo mirando a los pajaritos en el cielo?
El Barón de Munchhausen, ese personaje fantástico de la literatura alemana, tenía la habilidad de sacarse a sí mismo del fondo del agua tirando de sus cabellos con un brazo. Es la metáfora perfecta para estos tiempos. Hay que intentarlo una y otra vez hasta tener éxito. [13-2-2018]
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