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Marco Avilés

Orión

José y Kelly habían salido a comprar el pan para el desayuno cuando escucharon llorar a un gato. No eran maullidos. Era un llanto triste, como si el animal pidiera ayuda. El ruido los guió hasta una vereda, afuera de una tienda cerrada, donde otras personas iban y venían con la prisa de cualquier mañana. Pero nadie se detenía, como si el gatito fuera invisible. Era un bebé apenas. Estaba sucio y flaquísimo, como si no hubiera comido en días; sin embargo, estaba parado en sus cuatro patas, llorando con la valentía de quien no quiere rendirse.

José y Kelly son enamorados. Están en el último año de la universidad. Esa mañana la tenían libre y habían planificado mirar películas, pero al ver lo que vieron y escuchar lo que escucharon, detuvieron su vida en ese metro cuadrado. Se agacharon juntos para mirar al animal. Tenía heridas en la cara, y sus cejas y bigotes lucían chamuscados, como si se los hubieran quemado. Kelly tiene dos gatos y un perro en casa. La visión de ese gatito la atravesó como una corriente de electricidad. Al ver a esos jóvenes que examinaban al animal herido, los vendedores de un mercadillo ambulante cercano se acercaron y les contaron lo que había ocurrido.

El mercado se llama la Cachina, y está en Villa El Salvador, ese barrio popular en el sur de Lima, y allí se comercia de todo: desde comida hasta ropa interior, desde herramientas hasta libros, desde juguetes para los niños hasta celulares robados para los adultos. Los vendedores suelen criar gatos para que estos controlen las plagas de ratones. Pero luego no se ocupan de esterilizarlos, y menos cuando los gatos tienen crías. Los bebés nacen en el mayor abandono, en un mundo doblemente salvaje y superpoblado por gatos y por personas. Este gatito era uno de esos bebés huérfanos de padres y dueños. Tenía un hermanito y hasta hacía unos días, los vendedores que hablaban con Kelly y José los habían visto juntos mendigando por comida. Eso hacían siempre, y quizá habrían crecido y se habrían hecho adultos de esa manera, igual que tantos otros gatos del lugar. Pero la vida es más compleja y muy pródiga en villanos.

Los vendedores del mercadillo, tan ocupados en ganarse la vida, dejan a sus hijos jugando entre los pasillos, haciéndose grandes como pueden, y lejos de la atención de los adultos. Los niños tienen un pasatiempo que encuentran divertido: capturan a los gatos más desvalidos y los someten a diferentes formas de tortura.

El gatito que lloraba esa mañana (con sus heridas en la cara y los bigotes y las cejas chamuscados) era un superviviente. Eso dijeron los vendedores. Días antes, los niños del mercadillo habían capturado a los dos hermanitos y pasado un buen rato jugando a quemarlos vivos usando fósforos. Primero quemaban por aquí, luego por allá y, con ese asombro propio de la infancia, descubrían lo que puede hacerle el fuego a los seres vivos. Uno murió. El otro no. Y quién sabe cómo pudo liberarse de sus verdugos.«Lo más probable es que su hermano (del superviviente) haya tenido alguna herida profunda. Y como no estaban bien alimentados, no aguantó. O tuvo alguna infección», me dice José a través del chat.

Esa mañana, los vendedores le pidieron que, por favor, él y Kelly se llevaran a ese gatito, que hicieran algo por él, antes de que los niños terminaran de hacer lo que no habían terminado antes.

Para entonces Kelly estaba muy afectada, con ganas de llorar, y ya no siguieron preguntando. Ambos recogieron al gatito y lo llevaron a una clínica cercana, donde la veterinario lo curó, desparasitó y dijo que era hembra, aunque este detalle no estaba muy claro porque el animal tenía esa parte del cuerpo muy inflamada. La llamaron Ellie. Pero cuando la inflamación bajó, Kelly notó que la gatita era en realidad un gatito. Y entonces le cambiaron de nombre. Ahora se llama Orión, y no en homenaje a la línea de autobuses que recorre la ciudad atropellando inocentes, sino por la constelación estelar. Y porque, si algún día tienen un hijo, Kelly y José quisieran que se llame así.

El pequeño Orión se ha recuperado poco a poco, se ha hecho un espacio entre los otros animales de la casa y ha compartido con ellos comida y aventuras, y se ha vuelto un experto cazador de mosquitos. En unos días, tendrá que volver donde la veterinaria para que le ponga sus vacunas y le hagan sus controles. Si es oportuno, también lo esterilizarán (y este gasto lo asumirán Kelly y José, por supuesto, como todo hasta ahora).

¿Y colorín colorado?

No. La historia no termina acá. José y Kelly no pueden quedarse con Orión. Y están buscando un hogar para él, y sobre todo personas que lo quieran mucho. «Es un gato genial», dice José. «Le gusta jugar, cazar y hasta a la playa ha ido».

-¿A la playa?-Sí, nos fue mejor de lo que creímos. Más que el agua, se asustó por la gente. Al menos ya conoció el mar.

Por todo esto, Orión es un grande. Si quieres adoptarlo, puedes comunicarte con José y Kelly a los números que aparecen en el afiche. Si no puedes, comparte la noticia para ayudarle a encontrar una casa.

Pd: Sería bueno que las autoridades (¿las hay no?) visiten aquel mercado y ayuden a los animales y a las personas a vivir mejor. [28-3-2016]

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