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Marco Avilés

Héroes

Una joven geisha japonesa llega a la morgue de un hospital para reconocer el cadáver de su amante. El cuerpo está muy deteriorado. Ella lo identifica por la dentadura: dos dientes de oro. Exige que le entreguen esas piezas y se manda hacer con ellas una sortija que llevará para siempre, en recuerdo de su hombre. Esta historia transforma a la geisha en una heroína popular y todos hablan de ella.

Ciertas acciones convierten a un simple mortal en un mortal complejo. La mujer, después de su arrebato de amor, se convirtió en un fuerte ideal de lealtad que trascendía su vida. Aunque siguió acostándose con otros, nunca se deshizo de esa sortija.

Mi amigo Jota es un adicto a este tipo de historias y cada cierto tiempo me envía un correo para contarme la última novedad que ha hallado en la internet o en la televisión. La de la geisha es una historia que aparece brevemente en un cuento del escritor bosnio Aleksandar Hemon. Jota, que es un artista muy proclive a las conversaciones inútiles, me confesó hace unos días que su próximo proyecto consiste en convertirse en un héroe popular y pasar a la posteridad como tal. Le interesaba mucho leer sobre el valor y el coraje, y se planteaba todo tipo de preguntas a partir de ese cuento: ¿Existe una mujer capaz de hacer algo así por su hombre? ¿Haría Jota algo así por una mujer?

«Para comenzar», le dije a Jota través del chat, «primero haría falta que tú tuvieras una chica». La frase creó un breve e incómodo silencio al final del cual terminamos hablando de otras formas de heroísmo y coraje más adecuadas a un alma solitaria como la suya. Busqué inspiración en las revistas. ¿De qué manera podría mi amigo Jota convertirse en un héroe popular?

Hay en Tailandia, por ejemplo, un hombre al que algunos apodan Rey Condón, y que ha hecho de su vida una infatigable cruzada en pro del uso del preservativo. Mechai Viravaidya es un político de 35 años que, después de largas jornadas de sensibilización en su país, ha logrado dos cosas: 1) que los tailandeses se preocupen más por su salud sexual y 2) que  comiencen a llamar “Mechai” a los condones. Gran honor.

Realizar una campaña de ese tipo está al alcance de mi amigo Jota, pero convinimos en que sería improbable que en este lado del mundo terminemos llamando “Julio” o “Javier” o “Juan” a los preservativos.

Jota también podría hacer lo que el fotógrafo colombiano Santiago Forero. Forero ha producido una serie de imágenes donde se le ve orinando en los exteriores de algunas universidades e instituciones educativas estadounidenses. En una de las vistas, la estatua de John Harvard otea el horizonte de su país mientras Forero (que es de talla pequeña y se le confunde fácilmente con un niño) se siente muy cómodo miccionando en el pedestal del alma mater de la mitad de presidentes del mundo.

Proezas de ese tipo están al alcance de los simples mortales que, como mi amigo Jota, se sienten algo inquietos respecto de su anonimato.

Jota se ha enamorado del proyecto de Forero, el miccionador, y va a realizar algo parecido aunque le dará un giro personal a su propia obra. Elegirá las estatuas de políticos, por ejemplo, o los edificios del Congreso y el Poder Judicial y hasta del mismo Palacio de Gobierno. Los críticos claramente podrían establecer que su acción valerosa y corajuda es una clara muestra de la disconformidad general con la política.

Pero eso no es todo.

Jota se ha tomado las cosas con mayor gravedad, y ha optado por realizar una intervención mucho más ruda y acorde con estos tiempos. "Orinar en los monumentos es cosa de pequeñitos, y está bien para Forero”, me dijo esta mañana mientras estudiaba planos de la ciudad y trazaba en ellos unas equis de color rojo. “Bajarse el pantalón, ponerse en cuclillas y expresar el verdadero disgusto que viene de las entrañas, eso sí es coraje”.

Jota ha encontrado un tema para su próxima exhibición de fotografías, que planea tener lista en unos cuatro meses. Mientras tanto, una pequeña guerrilla de colegas lo acompañará cada noche en sus excursiones artístico-vandálicas. Jota elegirá el blanco de su odio. Beberá un purgante. Aguardará a que el medicamento haga efecto. Se acercará a la fachada. Se bajará los pantalones y, entonces, ¡clic!, cagarse en las instituciones se habrá convertido en una obra de arte para colgar en la pared.

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